jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuentos de Navidad: La vendedora de fósforos

Un cuento de Hans Christian Andersen


Era víspera de Navidad y en el pueblo, todo el mundo transitaba con prisa sobre la nieve para refugiarse al
calor de sus hogares. Sólo una pequeña niña, vendedora de fósforos, no tenía dónde ir, y desde su pequeño rincón en la calle pregonaba incansable su modesta mercancía. La niña no podía volver a su casa porque su padre le había advertido que antes debía haber vendido todos los fósforos que quedaban en la caja.

Entumecida de frío, la niña miró a través de la ventana iluminada de una casa y vio a unos pequeños niños jugando, junto a una chimenea, con sus nuevos juguetes de Navidad. Imaginó que sería maravilloso estar con esos niños, al calor de un hogar. Se divirtió al ver que los niños habían adornado con galletas de chocolate un abeto navideño.

De pronto llegó una helada brisa y la niña recordó que aun le quedaban fósforos por vender. En ese momento pasaba un señor de sombrero de copa y abrigo de chiporro. El hombre parecía tener prisa, pero la niña le preguntó:

-Perdone señor, ¿quiere usted fósforos?
-No, gracias. Hace mucho frío para sacar las manos de los bolsillos -respondió el hombre, y se marchó a toda prisa.
La niña vio al hombre marcharse y se sintió sóla. Se acurrucó junto a un farol esperando sentirse acompañada. Al rato pasó una señora que llevaba canasta, de la que salía un agradable aroma a pan caliente.

-Disculpe señora -preguntó la niña- ¿necesita usted fósforos?
-No niña, ¿que no ves que tengo prisa? Debo llevar el pan a casa antes que se enfríe.
-Perdone usted, señora. -respondió apenada la niña.

La mujer se fué casi corriendo porque el frío era demasiado; el viento comenzó a soplar y la nieve era cada vez más intensa. El frío metal del farol no parecía una gran compañía y la pequeña vendedora se refugió en el portal de la casa más cercana. Se acurrucó bajo el alero de la puerta y como aun sentía mucho frío, sacó un fósforo de la caja.

-No creo que mi madrastra se enoje si enciendo sólo uno para calentarme las manos -se dijo.

La niña encendió el fósforo y de pronto, una sala con una enorme mesa llena de comida apareció ante ella. Sabrosos manjares parecía que la estuvieran esperando. La chiquilla alzó la mano para alcanzar un trozo de pan, pues llevaba todo el día sin probar bocado con tal de vender alguna que otra cerilla. Pero cuando rozó el bollo, la escena se desvaneció y otra vez se encontraba en aquella oscura y fría calle; el fósforo se había apagado.
Rápidamente, encendió otro. Esta vez la intensidad de la llama fue mayor. No, no era la llama lo que brillaba tanto, sino el inmenso árbol de Navidad que ante ella se alzaba. Estaba adornado con cintas, bolas, muñecos y velas. ¡Ahora ella también tenía su propio árbol de Navidad!
Pero la ilusión no le duró mucho porque de nuevo el fósforo se apagó.

Se apresuró a encender otro, pero se dió cuenta de que sólo le quedaba uno. Si volvía a casa sin cerillos y si dinero, su padre le regañaría. Pero estaba helada y quería contemplar nuevamente una de esas hermosas escenas, así que lo encendió.No vió manjares y tampoco un árbol, vió a una personita que se acercaba y que le resultaba muy familiar.
-¡Abuelita! -dijo, sorprendida.
Ambas se abrazaron fuertemente, ¡se alegraban tanto de verse! La abuela cogió a su nieta en brazos y juntas se dirigieron a una habitación iluminada. Allí estaba la gran mesa llena de comida de antes....¡y el árbol!
Y no sólo eso, había regalos y una chimenea que desprendía un agradable calorcito.
Ya no sentía frío, ni habre, ni tristeza.
El fósforo cayó sobre la nieve y se apagó.
A la mañana siguiente, un grupo de personas estaban reunidas en la calle en la que nuestra pequeña vendedora pasó la noche.
En una esquinita yacía su cuerpo helado. Estaba acurrucada y en su pequeño rostro lucía una pequeña sonrisa.

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Fuente (he cambiado el final por el que me contaban de pequeña)
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

es de mis cuentos favoritos ♥ me hace llorar uxu

Hime-chan dijo...

¡Hola Nadia!
A mí me encanta este cuento, y recuerdo ponerme muy triste siempre que lo leía.

¡Felices Fiestas!